Hace dos años, para estas fechas, se celebraron los comicios electorales regionales del 2019, exactamente el 27 de octubre. La pregunta que traemos a la mesa es: ¿cómo está la aceptación, y la imagen pública, de los mandatarios elegidos en esas elecciones a día de hoy?
En honor a la verdad, no demasiado bien. Es preciso decir que la popularidad de la gran parte de los políticos en puestos de gobierno de las principales conurbaciones cayó en picada desde la llegada de la pandemia, e incluso se han visto movimientos fuertes de revocatoria a los mandatarios, como en Medellín, Cartagena y Bogotá. El rechazo es generalizado. La ciudadanía siente que no se han cumplido las promesas hechas, y la recesión económica que generó la pandemia fue la gota que derramó el vaso en la conciencia colectiva de los ciudadanos.
Haciendo el ejercicio de ponerse en la posición de abogado del diablo, se puede traer a colación el factor de la mala suerte: ¿estaban condenados desde el principio al fracaso en la gestión los mandatarios en funciones desde el momento en que estalló la pandemia, o la ineptitud les pasó factura al tener una situación que se les escapó de las manos por falta de planes de contingencia y una toma de decisiones adecuada? Digamos que un poco de ambas. Los problemas estructurales del país que no se resolvieron antes de la pandemia, definitivamente se agravaron a consecuencia de ésta. Los alcaldes y gobernadores tuvieron que enfrentarse con los escasos recursos que tuvieron a la mano, por un lado al clamor de la gente, que pedía a partes iguales reactivación de la economía y el mantenimiento de los períodos de cuarentena, y por otro lado a las órdenes del gobierno central, que cercenó las iniciativas independientes de los alcaldes y gobernadores para dar algo de alivio a las personas del territorio a su cargo.
Sin embargo, la negligencia, la inexperiencia, y sobre todo, la falta de estrategias de comunicación de gobierno adecuadas también hicieron su parte para ensanchar la brecha entre los gobiernos y los gobernados. Un gobierno que no comunica sobre su gestión con diligencia a la gente, terminará con un saldo negativo en popularidad, y éste es un problema del que adolecen las administraciones regionales en todo el país.
En la era digital que llegó de la mano con las cuarentenas, es crucial para la gobernanza sostenible que se tenga una estrategia de comunicación de gobierno efectiva. Esto sí resulta determinante en un mundo tan dinámico como el que tenemos, donde la información corre en segundos lo que antes tardaba años. En conclusión, no se puede excusar del todo la responsabilidad de perder una imagen favorable a quien no se preocupó por contar con los recursos comunicacionales necesarios para poder procurarse la buena imagen de su gobierno.